¿Cuándo la conocí? ¿Cómo? A veces me lo pregunto, sobre todo cuando pienso en ella, cuando recuerdo su mirada tan limpia como el cielo despejado de una mañana de verano o cuando veo sus fotos, los únicos recuerdos nítidos que conservo de ella.
Como digo, no recuerdo cómo la conocí ni cuándo. Creo que la conocía de antes, que durante años y años la vi en mis sueños pasearse con el paso grácil y rápido con el que acostumbraba a recorrer el mundo. Sé que siempre la tuve presente, antes siquiera de notar su presencia, porque mi corazón sólo podía tener una forma, su forma. Estoy seguro de que no podía ser otra quien tanto me cuidaba incluso antes de conocerla, quien cada noche me mandaba un beso que yo recibía a través de las estrellas sin ni siquiera saber su remitente. No podía ser otra, tenía que ser ella.
Apareció en mi vida de pronto, un día cualquiera, como otros tantos del calendario. Era un día gris e impreciso, tan impreciso como cualquier otro de tantos que tiene el año. Realmente mi memoria no recuerda el día concreto. Ella tenía y tiene el don de caminar de puntillas por la vida para explorar todos los detalles, tocarlos con la punta del dedo y pasar como una exhalación de largo, sin que quede más que el recuerdo de su tacto o el leve roce de su falda.
Sólo puedo recordar pequeñas imágenes de ella, lejanas y borrosas, como si mi mente las estuviese borrando lentamente. Recuerdo instantes fugaces en que la descubría mirándome, con su carita de niña pequeña y su mirada siempre tan curiosa, examinándome de tal forma que creía que podía ver mi interior. Recuerdo que cuando me miraba y se daba cuenta de que nuestros ojos se encontraban, me miraba fijamente, sin parpadear, durante unos segundos. Luego, sonreía y retiraba la vista. Y siempre quise saber porqué lo hacía, porqué sonreía.
En cierto momento de mi vida, que sigo preguntándome cuándo ocurrió todo, ya formaba parte de ella. Pasó de ser una sombra difusa a ser una realidad palpable, algo más que un sueño hecho realidad. Fue algo tan gradual, tan lento, que no me di cuenta de ello. Pero ella ya formaba parte de mí, parte de mi vida. Ya se había hecho un hueco en ella y se había instalado, feliz y sonriente, como siempre.
Fueron tiempos felices. Ella era pequeñita y alegre y alegraba mis días con sus ocurrencias y su risa cantarina y fresca. Recuerdo el tacto de su piel con especial cariño, no hay nada más suave que ella, nada que se le parezca siquiera. Me encantaba el aroma de su piel, a moras, a frutos rojos. No he encontrado perfume que huela, ni lejanamente, tan bien como ella. Recuerdo sus mejillas sonrosadas en contraste con su piel de porcelana. Recuerdo sus ojos, siempre fijos en algo, siempre mirando. Nunca supe qué miraban exactamente.
Me arrepentiré siempre, siempre, de lo que le hice. Era perfecta, ¿cómo pude despreciarla? ¿Cómo pude rechazarla con el tiempo? ¿Cómo pude tratarla como si fuese una muñeca cualquiera? ¿Cómo pude desconfiar de ella? Aún me pregunto porqué lo hice, porqué con ella, porqué. Y sigo sin explicármelo.
Fue la primera vez que vi sus ojos nublarse y su sonrisa desaparecer. Mi muñeca, mi bella muñeca, mi pequeña de porcelana estaba herida. Y a partir de entonces no volvió a ser la misma.
Me disculpé, le dediqué canciones para demostrarle mi sincero amor, que la adoro por encima de todo. Sólo podía disculparme, decirle que la quería, poner el corazón en mi mano y disculparme de nuevo. Pero me miraba y callaba.
Fue cuando me di cuenta de que sus ojos siempre miraban al infinito, siempre. Fue cuando me di cuenta de que el roce de su falda era reconfortante cuando sus sonrisas no estaban. Fue cuando me di cuenta de que sus sonrisas volvieron, pero no estaban dirigidas para mí.
Entonces lo supe: mi muñeca era un espíritu libre. Mi muñeca se estaba alejando de mí, se iba. Y no podía hacer otra cosa más que arrepentirme de todo, pedirle disculpas de nuevo y notar como mi corazón se paraba día a día cada vez que recibía uno de sus silencios a modo de respuesta.
Donde quiera que esté no sé si sabrá que la vi marcharse, pequeñita como siempre, con su vieja maleta marrón en la mano, con su vestido de color beige y estampado de flores de color rojo, con su sombrero de paja con la cinta roja como las flores del vestido, con sus medias blancas, con sus zapatos rojo cereza. La vi irse, con su paso ligero y despreocupado, mirando todo cuanto se encontraba a su alrededor, pero sin volver la vista atrás.
Si hubiese mirado atrás, me hubiese visto, destrozado y hundido. Si me hubiese visto cuando se marchó, hubiese visto cómo deseaba que volviera, que no se fuera, que siguiera viviendo en mí, en mis sueños, que me visitara de cuando en cuando.
Y no sé porqué, pero pienso que todo eso ella ya lo sabía, que ella lo había visto a través de mis ojos. Pero pasó por mi vida, como una exhalación, dejándome el corazón remendado y la vista en el horizonte, esperándola. Por si decide volver a pasearse de puntillas por mi vida. Como a ella le gustaba hacer.
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Relatos escritos por La Petite Poupée (ichirinnohana_is)
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