martes, 2 de febrero de 2010

GANADORAS / Sobre Viajero Nº 7

Sobre viajero nº 7: “De notas y versos”


En este sobre, inspirado en la canción “Tal para cual” de Luz Casal, se ha producido un doble empate en la primera posición. Los textos presentados por Luna y por Ireth se hicieron con 11 votos cada uno, por lo que en este sobre tenemos dos flamantes ganadoras.

Disfrutad de sus textos.




Tal para cual


—No, no debimos casarnos tú y yo.
Tal afirmación cayó el saco roto. Los ojos marrones con aquellas motitas de rebelde verde la miraban fríos, inmóviles. Rosa negó con la cabeza, mientras se dibujaba una sonrisa en sus labios. Se levantó y levantó la lámpara que se había caído entre voces y reproches.
—No, porque en realidad no me quieres —no esperó respuesta—. Ni yo tampoco a ti, no te creas. No te culpo, no.
Los indiferentes ojos la siguieron por el cuarto, espacioso, elegantemente decorado. Un par de libros en el suelo, recogidos diligentemente, una planta puesta de pie. Hay que recoger la tierra. Rosa suspiró. Abrió la ventana, y el frío aire de enero empezó a llenar la habitación.
—No, no hace falta que recojas tampoco —escoba en mano, barrió tranquilamente—. No lo has tirado tú, ¿verdad?
Paró un segundo, y los ojos del sofá se fijaron en ella, solo un segundo. Rosa ladeó la cabeza y volvió a su tarea. El suelo volvió a brillar, perfecto.
—Tampoco te pido que hables, me gusta que escuches. Nunca escuchas, ¿sabes?
La habitación volvió a recuperar su elegancia desnuda. Pocos adornos, un par de plantas estratégicamente colocadas, ángulos rectos y líneas suaves. Unos libros sobre la mesa hablaban del gusto por la lectura, un par de LP’s de Miles Davis del gusto por la buena música, y un ajedrez de cristal terminaban la estampa de perfección estilizada. Un espejo en la entrada reflejaba la habitación, haciendo de tarjeta de visita para cualquier visitante. La imagen de Rosa cruzó por el espejo, y desapareció en la cocina.
—No, nunca escuchas. Antes sí, ¿te acuerdas? Sí, me escuchabas. Quizás yo también tenía más que decir. A lo mejor a ti te gustaba más lo que decía.
Abandonó la cocina y fue a la entrada, abrió la puerta y comprobó el marco. A pesar del golpe recibido, cerraba bien. Un poco de serrín en el descansillo. Rosa lo recogió en su palma, y colocó el tiesto color tierra que flanqueaba la puerta. Una cabeza apareció al otro lado del descansillo, oportunamente. Rosa saludo con un movimiento de cabeza y una sonrisa y desapareció en su propia puerta, cerrando la puerta con delicadeza.
—Un poquito de serrín —abrió la mano y le mostró la palma—, sí, no hace falta que digas nada. No debí dar el portazo. Lo di por ti, ¿sabes? Parecía lo que había que hacer.
Se sonrió a sí misma y tiró el serrín en un tiesto. Giró sobre sus pies y contempló su reino, su apartamento tan impersonal que a la fuerza hablaba de ella. De ellos. Todo en su sitio.
—Qué boba —rió—, tirarlo todo para volver a recogerlo. Si lo hubieras tirado tú, igual no me sentiría tan tonta —añadió con el mismo tono alegre, una broma—, ¿no crees? Podías hacer eso por mí, la próxima vez. Gritar, tirar muebles… ser, ¿cómo me llamas? Ah sí, melodramática. Sí, un poco más dramático.
No miró al sofá. Se sentó en una silla y sacó un cigarro del bolso. Cuidadosamente lo encendió, dio una calada y lo posó en el cenicero de piedra, que se manchó de ceniza. Comprobó sus uñas, había que retocar el pintauñas. Luego. Cogió el cigarro y cruzó sus piernas.
—Eso te gustaba de mí. Que estaba viva, decías. Ya no te gusta tanto, ahora es incómodo. No encaja, ¿a qué no?
Bajó, y limpió un poco de ceniza que cayó en la mesa.
—A mí me sigues gustando —confesó—. Sigues igual. Tan correcto, tan callado… Pero menos. Porque antes sabía lo que pensabas, sin que me lo dijeras, ¿sabes? —Sonrió distraía— Como cuando me dijiste que me querías, la primera vez, en aquella habitación de motel… Yo ya lo sabía, ¿te sorprende? Tan orgulloso, tan serio. Entonces sí que te quería, en aquella habitación tan fea… Era fea, ¿verdad? O no, la memoria lo cambia todo, a su gusto, ¿verdad? Sí, ya me acuerdo, era bonita, y se veía el mar. ¿Era el mar o la montaña?
Con aquella pregunta sin respuesta, Rosa calló. Tranquilamente terminó su cigarro, lo apagó en el cenicero, tan negro. Lo observó un segundo. Blanco sobre negro, qué bonito. Le gustó el efecto y lo dejó, presidiendo la mesa. Se levantó y se dirigió al sofá, se inclinó y acarició el pelo rubio sucio, el objeto de su caricia de estiró y abrió los insolentes ojos. Emitió un ruidito de placer, y sacó su lengüecita rosa y áspera para besar la mano de Rosa, que rascaba su mentón. Rosa se incorporó y sonrió; y el gato protestó. Con aquel maullido, el animal volvió a ser animal, y Rosa volvió a estar sola en el apartamento. Al menos por unas horas, cuando él, tan callado, tan serio, volviera a casa.
—A ti sí te quiero —musitó ella, y le rascó entre las orejas, antes de acostarse en su preciosa cama, y soñar con aquel cuarto que daba al mar.


Luna

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Joaquín y Lucía, tal para cual



Con la cabeza apoyada sobre su brazo derecho dejó que su mirada recorriera por enésima vez la habitación. Sabía que no conseguiría conciliar el sueño fácilmente, y eso tenía poco que ver con estar durmiendo en el sofá de la sala y mucho con el hecho de sentir que aún le temblaban las manos de rabia.
Recordó la primera noche que pasó en ese sofá. Durmiendo solo, con ella en la habitación de al lado. Absurdo, ridículo, estúpido… Se había quedado sin palabras para definirlo y había entrado en su habitación a mitad de la noche, susurrando un ‘lo siento’ y abrazando a una Lucía temblorosa por el llanto que también lo sentía.
Se había casado lo suficientemente joven como para que el hecho de poder dormir con ella cada noche fuera recompensa sobrada.
Giró sobre si mismo apoyando la mejilla sobre el apoyabrazos a la vez que la manta que rodeaba su cuerpo se enredaba entre sus piernas. El aire frío que acarició su espalda le resultó agradable.
No sabía en qué discusión había dejado de sentirse herido para empezar a hartarse. Tampoco recordaba en qué momento los arrebatos violentos de Lucía habían dejado de invitarlo a apaciguarla para dejarlo indiferente.
Se le escapó una sonrisa al recordar la primera vez que ella arremetió contra la vajilla. Había sido casi cómico verla recoger con el ceño fruncido la fuente de lasaña para estrellarla contra el suelo. Con menos de un año de matrimonio había visto amor en ese gesto, se había sentido culpable por haberla hecho esperar, se había disculpado; y no había sido la única vez.

Tumbada en medio de la cama con los brazos extendidos cerró los ojos y se concentró en el agradable frescor de las sábanas de algodón. De repente el silencio del apartamento se le antojó atronador. Giró la cabeza hacia la mesa de luz de Joaquín y se hizo consciente del molesto y constante ruido de las agujas de su despertador. Lo había comprado hacía ya unos meses para salir del paso después de que ella rompiera el que había sido su último regalo de cumpleaños.
Sabía que un perdón podría ser suficiente. Borrón y cuenta nueva, como ya habían hecho tantas veces. Y sin embargo había algo que no le permitía ir a buscarlo para que volviera a su lado.
Joaquín era la única persona sobre la faz de la tierra capaz de conseguir cualquier tipo de reacción por su parte. La había derretido hacía ya más de diez años con un mero beso y conseguía hacerla gritar de frustración con simplemente darle la espalda.
La ira encendía sus palabras. Palabras sin sentido, pero de punta afilada que hacían daño cada vez que daban en el blanco. Y si era él quien se encontraba delante, ella sabía hacer diana cada vez que tiraba.
Abrió los ojos e imaginó oír el eco de todo lo que se habían gritado en esa habitación. Hacía ya demasiado que habían perdido el respeto el uno por el otro. El amor los había pasado de largo la primera vez que levantaron la voz para hacerse daño, pero ninguno de los dos se atrevía a admitir que quizá no eran tal para cual.

A pesar de la desnudez de sus pies Joaquín sintió que podía contar los pasos de Lucía a través del pasillo. Cerró los ojos para tener una oportunidad de reflexionar, no sabía quién tenía que pedir perdón a quién, pero ni siquiera estaba seguro de que eso importara.
Sintió que Lucía se acomodaba a su lado con delicadeza y le desconcertó la rapidez con la que había atravesado el salón. Instintivamente le rodeó la cintura con el brazo y suspiró con cansancio.
- Lucía… - susurró la palabra haciéndola encajar con el incómodo silencio.
- Mañana.
Observó sus pestañas brillantes por las lágrimas y se sintió miserable por estar dispuesto a hacerle más daño.
- Tenemos que hablar. – Sintió como ella tomaba aire profundamente y casi temió que el espacio del sofá no fuera suficiente. Apretó el abrazo pegándola aún más a él. – Creo que…
- Lo sé. – Levantó la vista y entrelazó su mano con la que él tenía apoyada sobre su vientre – Mañana.


Ireth


4 comentarios:

Ángelicaladas dijo...

Mis más sincersa felicitaciones para las dos ganadoras XDDD

Ángelicaladas dijo...

Ups, soy motherxeruh jajjajajja

Anónimo dijo...

¡Felicidades a las dos!!!
Me ha encantado la foto que acompaña a los relatos, motherxeruh,que propia!

PD: Es la primera vez que comento en un blog... y encima como no tengo he metido la cuenta del LJ, espero no estar liando ninguna :S

Isi G. dijo...

Felicidades a las dos^^



PD: Soy La Petite Poupée xDD